Rebelión

Déjelo tal cual,
señora.
Ya está bien así.
Siéntese,
y mire el aletear de la calandria
o las hojas que va perdiendo el roble
o simplemente esa nada interminable
que dibuja el horizonte.
Y escriba,
señora,
escriba los versos que han brotado
entre hilos, baldosas y cocidos.
Y camine,
señora,
camine suavemente por la vera del río.
Camine descalza y que el lodo
acaricie sus pies.
Convenza a sus vecinas
de que se unan a su viaje
y dejen todo como está
que ya está bien,
señoras.
Y así, poco a poco
sin la prisa que marcó sus vidas
acérquense a mirar
el otoño en un ocaso,
la cola de la estrella fugaz
y cómo pasan sin mandato
los lentos minutos de los días.

Aquella ciudad

Cuando el final
acechaba en las veredas
y los gritos herían los zaguanes
aquella ciudad
fue solo la imagen del patio de un colegio,
de la tiza que dibuja la rayuela,
de un tango que escapó del viejo fuelle.
Allí quedó atrapada
y allí se fue muriendo
mientras otras memorias
comenzaban a acunar al desterrado.

Letras, silencios y palabras

Nadie escribió las memorias
de los grillos que agotan su canto
después de los fuegos de la tarde.
Solo hay cubos llenos de días,
de versos, de lugares.
Y de silencios de serpientes.
Las letras no pronuncian
el nombre de los hijos muertos
en las guerras de otros.
Un bicho dormita en las palabras
que anuncian ciénagas y barros.
Solo queda hablar de las magnolias
cuando en verano muera su perfume.

Empeño

Amparados por las palas,
las azadas, los rastrillos
y la porfía del aire y de las horas
llegan al desierto los quijotes.
Allí
nadie sabe el color de la serpiente
ni la ausente mirada del lagarto.
Todo es un páramo que resiste los extremos.
La destrucción
devoró las paredes de una casa
que no puede ser refugio
ni de saurios
ni de sierpes.
Sin embargo
continúan llegando los quijotes
con su empeño de sembrar en lo imposible.

Pequeñas formas

Cuánto amor derrochado
junto a las pequeñas formas oscuras y antiguas
que pronto serán el dolor del fuego.

Sé que nunca podré luchar
con la desazón de saberte muerta
ni con los duendes
que atrapan las aves nocturnas.
Los dioses que maté
anidan en las tripas de un colibrí.

En mis desvelos tras el telón oscuro
dejo volar el sabor de los refranes,
las palabras que hieren la hierba
y la mano que un día derramó la sangre.

Reflejos

Reflejos

En el dormitorio vacío

la noche cerrará los espejos.

J.L.Borges

Cuando el fulgor abandona las ventanas

ellos se vacían de sonrisas cómplices,

de pestañas que equivocan el atajo,

de labios dispuestos,

de muecas, necios y madrastras.

Lentamente los deshabitamos

y entonces dejan de ser.

Entre las sombras

el inútil cristal resiste en un pasillo

donde la última luz se negó al reflejo.

La tiniebla conjura el hechizo

de tener lo que no está

y la ausencia del que mira

dibuja por un momento su existencia.

La noche

es el silencio de los espejos.

Al aclarar

la multitud espera

la llegada del cristal

y nadie percibe

el azogue de la quimera.

La penumbra devora

mil trozos de luz rota

y los hilos de azar

bailan danzas

de ánimas y espectros.

Entre árboles de agua

y amenazas de noche

los peces vuelan

hasta acariciar la calma

de un muelle de cielo gris.

Luego

se asombran

de ver el revés de un hombre

que recita soledades

en azoteas de ríos lentos

o acompaña el canto

del tronco preso

entre ondas de invierno

y flores que no alcanzaron a abrir.

Más allá de los torrentes

el temblor lucha con la roca

y aleja el cielo

del deseo de la reja.

El sol se empeña en ocultar

la testa de la tímida sonrisa

y poco a poco se alza el muro

que secuestra para siempre

la improbable libertad del condenado.

La arquitectura del caos

imprime su delirio en las paredes,

amenaza el equilibrio

de ventanas que contemplan

el vuelo de gaviotas,

de grillos,

de pasiones,

rompe los marcos, los dinteles,

los espacios, las antenas, las vigilias,

gasta los cielos,

agota las nubes

y funde las líneas

hasta dibujar el sueño en el que vive.

Allí trabajan las figuras que saben

lo que nosotros ignoramos.

Son el ser y lo volátil.

Sombras

y copias de las sombras

que huyen del vértigo

con artificios

que solo atrapan lo irreal.

Se miran

y no sabemos si se ven.

Imaginan las pinturas

de un personaje que camina

por la orilla de un mundo

al que finalmente llega la paz

y en el que en cualquier recodo del camino

asalta al caminante

el temor de no estar en el reflejo.

La noche vuelve a ser

el silencio de los espejos.