En estos días en que los franquistas borran tus versos del Memorial en el Cementerio de la Almudena creo que es nuestra obligación mantener flotando en el aire que respiramos esos mismos versos y todos los que escribieras, Miguel Hernández. Mañana nadie sabrá que los responsables de este acto de barbarie, estos pigmeos de la historia, algún día existieron mientras que tú seguirás siendo uno de los más grandes poetas de nuestra lengua, te seguiremos leyendo y seguiremos aprendiendo de ti los que pretendemos escribir versos.
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Seis poemas de Begoña Abad
Dos textos de Julio Cortázar
«El diario a diario» y «Aplastamiento de las gotas» son dos textos de Julio Cortázar escritos en su habitual y magistral prosa poética. Pertenecen a “Historias de cronopios y de famas”, libro publicado en 1962.
Tiempo
Asomarse
a ese agua que descifra
el dorado lenguaje
de los flamencos.
Acariciar la red
cuando atrapa sueños
de mares ajenos.
Empujar nostalgias
de paisajes que nunca existieron.
Deslizarse
virgen por una nieve virgen
y luego sumergirse ciego
en el pequeño mar del mapa.
Mirar la jaula
donde habita la muerte
y esperar la llegada
de su libertad.
El que nunca llegará
El que nunca llegará
es un hombre
que extravió la llave
y en la espera
aprendió el olor de las adelfas,
las encinas, los madroños.
Que habita cuevas
donde duermen poetas ciegos
cansados de mirar donde no ven.
El que nunca llegará
olvidó el dibujo de los mapas,
los puntos y las rayas
y el orden de los colores.
El amor del que nunca llegará
es un tronco con raíces en la nada.
Semblanza
……………………A mis padres
Quise navegar
la hora que en el iris se refleja.
Ignoré los surcos que separan las historias
y perdí la fuerza que nunca conocí
mientras ardía el no saber en mis preguntas.
Naufragó el timón antes que la vela
y el rumbo murió entre algas rojas.
A veces las mañanas
intentan darle vida
a los mismos deseos que ayer tuve.
Dejaré en esa caja de torpes pensamientos
el recuerdo del hombre y la mujer ausentes
que mostraron su vida al brote incierto
tendido en el agua de otros mares.
El mensaje
Cuando no soporte
la mirada suplicante
de la botella vacía
escribiré un mensaje.
En él pediré ayuda
o contaré un secreto
o una pena de amor
o dejaré constancia
de que en pocos minutos
iré en busca de mi muerte
tal como se deja escrito
en los mensajes verdaderos.
Luego será el intento
de encontrar el mar y su orilla
y para entonces me habré perdido
en el hueco de esta historia.
La tarde, la piedra y el río
Los años lo habían llenado de canas, arrugas y evidencias. En las tardes junto al río le daba por recordar. Amaba ese verbo como antes había amado al verbo amar. Se sentaba siempre en la misma piedra y comenzaba a contar peces. Cuando la cuenta se perdía entre el serpenteante ir y venir de los bichos y las aguas, él comenzaba a oír la llegada de los primeros recuerdos. Siempre venían de la mano de Analía quien en su otra mano llevaba el ramo de flores silvestres que él le regalara bajo el frío de los brotes del cerezo. La noche lo encontraba hablando con ella y los tres amigos que siempre tuvo. Sabía que después de la noche el amanecer le haría sufrir el dolor de estar solo, agotado ya de tanto recordar. Entonces llegaba el sueño y un par de horas después despertaba para esperar la tarde, la piedra y el río.
Sonata
Suena el miedo
en la bondad de la nota
y entre las olas de un mar roto
ahoga escaleras, alacranes
y el dolor
que deja su huella en las maderas.
Quiero enfrentarme a la desidia del charco
pero la fiebre arrincona el movimiento.
Con las luces del circo
llega el espanto
y un tormento anclado en las cuerdas.
La angustia camina
sobre la marca que dejó en la piedra
y sabe que la noche
no alcanza para el silencio.
Sólo hay esbozos de una victoria.
Tu nombre
Como un navegante que sabe del naufragio
el tiempo lleva tu nombre.
Presa en los desvanes del silencio
lleva tu nombre la palabra.
Y lo llevan los pasos
que no puse en la balanza
cuando creí morir.
Y también el aire
que me asfixia y me da vida.
Lo encuentro en mis cajones,
en los papeles sin cuaderno,
en las fotos,
en mi empecinada tristeza
que cada día te trae
encerrada en otro invierno.
Lleva tu nombre
el quebranto de saber
que nunca leerás
el verso que escribí
aquella primavera.
Y en cada rincón
de las horas que me acosan
me espera la inclemencia de saber
que sólo tú, madre,
no llevas más tu nombre.