El reloj contra el espejo
marca las deshoras.
Las canicas caen al revés
y el abrojo
pinta un caballito
en el mar de las montañas.
Salgo a mirar los picaflores
y veo entre los cielos
un ratón que sueña con ser nube.
Trepo por la cuerda del columpio
con un ramillete de agujeros de gruyer.
Canturreo una canción que no protesta
y llego al viejo andén.
El viento
hace remolinos con historias
y papeles de envolver encantamientos.
El sueño del ratón se come el queso
y la nube se sube al tobogán.
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Recuerdos maltratados
No puedo escribir
lo que te quiero,
lo que te quise.
Sólo afloran recuerdos maltratados.
Una flor en el jardín.
Un teléfono y un vaso.
Guardapolvos y veredas.
La insulina, una caricia.
Y esa lucha entre quien soy
y el que quisiste que fuera.
El viento lleva historias
que caben en el hueco de otra historia.
Yo sigo y vos estás
en un lugar donde el misterio no responde.
A veces el viento
En la muerte de Juan Gelman
A veces el viento
llega hueco.
Sin luna, ni arrebato, ni silbidos,
ni el alivio del recuerdo.
La luz se estanca
en la pesadez del ojo.
En la cabeza se agolpan
las palabras sueltas.
Los pasos se arrastran
con un gesto absurdo.
Es entonces cuando el frío
nos deja inertes
en el rincón de la muerte de otro.
El lugar de las muertes lejanas
No quiero volver
al lugar de las muertes lejanas
donde la herida duerme
en el silencio que deja la memoria.
Donde no hay voz para entonar las letras
y las manos olvidaron las guitarras.
Donde llora el payaso
frente a los que fueron niños
y las piernas recuerdan
el caminar de la odalisca.
Es el lugar
en el que sólo el viento negro
acaricia las tristezas,
mueve los trapecios
y de noche susurra las ausencias.
Tormenta
Ahoga el cielo
una extraña paz inquieta.
Se hace noche
la hora de la siesta.
No hay viento
y un temblor turba a la espiga.
La pálida nube
muestra su garra oscura.
El pájaro esconde su vaivén.
La mariposa huye.
Han callado las cigarras
y las ramas quedan presas del silencio.
El sombrío valle
se tensa en una lenta inspiración.
Y luego
nada es lo que fuera hace un momento.
Suplica la raíz,
grita la hoja
y el agua
rebota contra el charco que ella engendra.
La tarde es trueno, fulgor,
lluvia y destrozos.
Casi así
fue tu amor entre los lirios.
Te soñaba
Así te soñaba:
sentada en aquel banco
en el que el beso
sería una quimera temerosa,
soñando
que habitabas en mis sueños,
mirando cómo mis tormentas
no amarraban en tu puerto.
Así te soñaba
hasta que un día
de algún mes de los de siempre,
llegó a mi barca la vigilia
y ya no hubo temporales desbocados
ni nubes ni viento
ni escarchas en las noches
del invierno solitario.
Ni nadie en el banco
de aquel beso que no fue.
Donde dobla el viento
Hace unos meses, en una reunión de Teatro por la Identidad, Lidia, Lucila y yo estábamos enfrascados en alguno de los temas que habitualmente nos preocupan. En un momento dado, no recuerdo por qué, Lucila dijo «Sí, allá donde dobla el viento».
Pese a mi muy larga colección de años acumulados nunca había oído la expresión (la ignorancia es atemporal). Me gustó mucho y me pareció muy poética. De ella nació esta obra:
Donde dobla el viento
A Ire
Allá donde dobla el viento
y el granado seca su fruto partido,
la vid se vuelve pasa,
la hiedra trepa por las piedras del muro roto,
y yo camino hacia un ayer
que me invento en cada paso
por veredas de nostalgias que no han sido.
Allá donde dobla el viento
algo alcanza a repetirse,
algo muere en la aurora,
algo estremece el dolor del caminante.
Allá donde el viento dobla
estás vos,
tu pausa
y tu amor tendido en una hierba
que endulza al sol sus esperanzas.