El murmullo del invierno

Cuando el rumor de la tristeza
echa el ancla en tu poema
hablas con la voz de alguien que vive
en una casa que nunca fue arrasada.
La bruma cubre el viaje
entre los ocasos
y algunas noches que el invierno salva.
La escollera oye la canción
lejana como el ruido de las olas en la arena.
Hablan las ruedas y las vías
y la lágrima no llega al llanto.
No se cansa mi mirada
sobre el cántaro de tu silencio.
El día se evanesce sobre el papel de las letras.

Ventana que mira

La ventana mira el ojo
y tiembla por la pasión del trueno.
Refleja un espejo donde viven
el vaho del invierno
y pálidas señoras
que beben el cuantró.
La ventana mira el vals,
el cinematógrafo,
el reloj de forma incierta.
Y ahora dibuja el cuadro
de la habitación que desnuda
el temor del hombre solo.

Granado invernal

Desnudo en la gélida alborada
el esqueleto afila
las puntas de sus ramas.
Queda un fruto partido
colgando de su altura
con el alma roja ausente.
Me siento a su lado
y acecho el calor del brote.
Pero la tarde enfría mi prisa
y las sombras llegan antes que su savia.
Mañana, si el alba se anticipa,
la yema de una rama
será en la espera una certeza.

Tal vez

Tal vez un día,
en agosto,
no sabré
si es mi frío o tu verano
el que me hace pensar en una historia
de arlequines, de magia y de acrobacia.
Tal vez aquella tarde
debí decirte adiós
y dejar entre papeles de colegio
mi rito adolescente de querer.
Tal vez aquella noche,
caminando por la cuerda de un ensueño
y ebrio del ayer,
debí dejar de ser
para olvidarte.

Te soñaba

Así te soñaba:
sentada en aquel banco
en el que el beso
sería una quimera temerosa,
soñando
que habitabas en mis sueños,
mirando cómo mis tormentas
no amarraban en tu puerto.
Así te soñaba
hasta que un día
de algún mes de los de siempre,
llegó a mi barca la vigilia
y ya no hubo temporales desbocados
ni nubes ni viento
ni escarchas en las noches
del invierno solitario.
Ni nadie en el banco
de aquel beso que no fue.

Como siempre

El círculo no acaba de cerrarse
y miramos el desconcierto que irrumpe
desde las sombras que ocultan el camino.
Una inclemencia helada cae en el hueco oscuro.
El sereno ya no enciende los faroles.
Esa noche nos niega
la calma de la voz amiga.
Caminamos sobre gélidas baldosas
y todo se mueve entre lo gris y la ausencia.
No hay cobijo que aquiete el temblor.
Es la hora del invierno.

Y sin embargo amanece.

El invierno está aquí

Hoy llueve en Valldoreix y las gotas de agua se empecinan en chocar contra la ventana de mi estudio. Me atrapa el ruido que hacen. Y no sólo el ruido. Ya es de noche y las gotitas en el cristal reflejan las luces de las casas vecinas que se amplían y adquieren un aspecto fantasmagórico. Me quedo embobado mirándolas. Luego escribo:

Gotas, luces, pequeños sonidos.
La lluvia me alcanza
casi en la meta de un atardecer distante.
Mi ventana es un cristal voluble
por el que veo luces que palpitan
y tornan la imagen en deseos.
El invierno está aquí
aunque yo me resista a su presencia.
Siempre vuelve,
comparece con su abrigo gris,
su año nuevo, su poda y su sombrero
incapaz de acomodarse a mis anhelos.
Y así y todo
no puedo decir que me disguste.
No deja de ser yo
vestido de frío y de aguacero
cualquier tarde de estas
en un país lejano.