La sal acercó el estoque al letargo.
Mi llaga labrada esa noche
anidó en los robles del barco.
Caminé por arenas sin mar
que dejaron sangre
en cada latido de mis dedos.
Hundí mis pies en barros
de besos sin amantes.
Contemplé el gesto voraz,
la certeza del que ignora
y la imbecilidad orgullosa del ministro.
Si nunca supliqué
no fue por valentía:
siempre supe que sería en vano.
¡Vaya densidad! Al principio, creí encontrarme en un paisaje desolador y doloroso fruto de una experiencia interior, pero la sorpresa de la figura del ministro nos recuerda que hay dolores más desoladores e intensos cuando nos sentimos entre las garras de los imbéciles que siempre han dominado el mundo… ¿O es que voy muy lejos con estos versos?
No vas muy lejos, no. Y sabes además que siempre pienso que el camino lo hace el lector. Como a ti al leerlo, a mí al componerlo me fueron asaltando imágenes diversas. Y así quedó. Un abrazo.