Vuelven del trabajo,
las manos callosas,
el bolso vacío,
los rostros cansados.
El idioma de su tierra
suena lejano en la voz dolida
que tal vez recuerde
travesuras, caricias, cuadernos, penurias.
Añoran el hijo, el hogar, el fuego,
añoran aromas, la fruta, canciones
y esa voz
que quién sabe cómo
les diría “te amo”.
De golpe
el tono se eleva,
las miradas se hacen hondas
y detrás de casi un grito
ríen.
Los ojos rubios se asustan,
arrastran la vista
hacia otro lado,
disimulan la curiosidad del miedo.
Y ellos sólo están riendo.