Recuerdos maltratados

 

No puedo escribir
lo que te quiero,
lo que te quise.
Sólo afloran recuerdos maltratados.
Una flor en el jardín.
Un teléfono y un vaso.
Guardapolvos y veredas.
La insulina, una caricia.
Y esa lucha entre quien soy
y el que quisiste que fuera.

El viento lleva historias
que caben en el hueco de otra historia.
Yo sigo y vos estás
en un lugar donde el misterio no responde.

 

Si he de elegir

Si he de elegir
elijo el rostro ancestral de la memoria,
la madrugada en el mar,
el balbuceante beso adolescente,
el barrilete que vuela en otros cielos.
Elijo la palabra de mi historia,
el gesto del reparto y la justicia,
la voz que reclama hasta el silencio,
el dios ateo,
el canto de una niña.

Para que surja la nostalgia
como la vieja postal olvidada
en el libro que ya no leeremos.

Cantaora

Las manos buscan palomas
y rasgan confines de lunas.
Azucenas negras
tiñen la furia del pelo
y bailan el dolor
si la granada muerde
los labios sangrantes
en el abismo de su boca.

Los caballos alumbran el fandango,
y la jinete,
hechicera veloz del girasol nocturno,
cabalga por un campo salpicado de carmines.
En su rostro clarean
siete auroras sin ocasos
y en su estrofa
un claustro de pasiones
engendra la lágrima, la fiebre
y el cristal de la palabra.

La voz
viajera de siglos y parajes,
compañera del farol de las carretas,
muerta y nacida en pogromos oscuros
trae hambres y violines
y cantos y caminos
y se funde en el gesto
y arde en guitarras que se afinan
en los rincones del vino.

Cuando todo parece que se acaba
ella renace del quejío roto.
Es la dama de la tragedia
que habita en la alegría.

Veinte ene

Soy el esclavo que puso piedras
en el santuario de malparidos.
El habitante de las cunetas.
El que tuvo miedo
y no por eso dejó de odiarte.
El que pensaba en el sol
día tras día.
El que habitó los montes.
Soy el desnucado.
El que no pudo cantar.
El que no pudo volver.
Soy el hijo que robó tu iglesia.
La madre seca.
La que espera en vano.

Soy ateo
y no tiene sentido que te diga
que te pudras en el infierno.
Pero en algún lugar
te estás pudriendo eternamente.

Los faustos

Cuando los faustos acabaron
tres veces me cagué
en el monumento a la bandera.
Subí por un caminito estrecho
entre las rosas mosquetas
y versos de jilgueros
hasta que vi aquel lago azul
con peces pintados
de siete colores distintos.
Luego eructé mientras cantaba el himno.
Y a continuación olvidé la letra.
Regalé a las lauchas el libro de historia
y les dije: “buenprovecho”
mientras devoraban mentiras.
Yo,
entretanto,
paseaba por capítulos
que nunca nadie quiso escribir.
Al héroe de la foto
que preside la oficina
del que fabrica el pasado
le pinté una excrecencia
en su frente despejada
y también un bigotito.
El prócer no sonríe,
por lo tanto
no pude pintarle el diente.
Embarqué en mi bote de playa
con un pato por mascarón
y me interné en los arroyos
afluentes del piolín que desemboca en los tres mares.
Cacé una estrella con mi gomera tuerta,
pinté el más lindo granito de arena,
silbé la mágica cadencia
y regresé al monumento a la bandera
donde, con un gesto natural,
voví a cagarme.
Y ya van cuatro.

Ladrillo a ladrillo

Es una nube
ligera,
suave,
que a veces teje tormentas
en el rincón donde el día se evapora.

Un asiento
en el tren de los viajes imposibles
junto al muñeco
de la historia que no acaba.

Un portal dibujado al mediodía
por aromas a cazuelas,
a pan caliente,
y por juegos que se pierden en los años

Una línea
que camina despareja
entre lugares amados.

Un canto
que nos habló de proezas
y de libros que volaron.

Una esperanza
entre vacíos de espanto
y la sed que no se agota.

Un plato humeante
en la mesa extraña.

Y un dardo clavado en el anhelo.

Mi pueblo cambia
su ropa de entrecasa
cada vez que la noche
llega con su capa de marino
y una carta en sus manos temblorosas.