Motivos

Tal vez viva porque no sé morir.
Sólo por eso. O también
por ver crecer al raso
el límite entre el céfiro y el agua,
el invierno y la ternura.
Y por creer en la pequeña huella
que deja cada noche el ruiseñor
y que intento silbar amanecido.
Y por el color del arce
cuando muerde el adiós
y dibuja las manos que se abren.
Volvamos al principio: no sé morir.
Ignoro el pecado
y acaricio tus soles
en el tiempo que nos deja la penumbra.

Presencias

Cada tanto las presencias
despiertan de letargos mentirosos.
Al llegar a una esquina
el andar indolente
queda suspendido en un gesto de alerta.

Un olor a pintura
reconstruye la imagen de la casa nueva
con paredes blancas,
libros, fotos, afiches,
una red de pescadores teñida con té
y la ternura que siempre perdía
jugando a la escondida.

Súbitamente
todo se oscurece.
Ellos entran con el colmillo de la muerte.
Las paredes se visten
con el tufo del espanto.
El refugio muere
y la casa queda hueca de nosotros.

¿Quién pisa ahora
las huellas de ese amor
que palpitaba en los rincones?