Cada tanto las presencias
despiertan de letargos mentirosos.
Al llegar a una esquina
el andar indolente
queda suspendido en un gesto de alerta.
Un olor a pintura
reconstruye la imagen de la casa nueva
con paredes blancas,
libros, fotos, afiches,
una red de pescadores teñida con té
y la ternura que siempre perdía
jugando a la escondida.
Súbitamente
todo se oscurece.
Ellos entran con el colmillo de la muerte.
Las paredes se visten
con el tufo del espanto.
El refugio muere
y la casa queda hueca de nosotros.
¿Quién pisa ahora
las huellas de ese amor
que palpitaba en los rincones?
No hay sentido que genere más inmediatez de recuerdos que el olfato.
Sí. Proust lo tenía clarito…
Un vuelco al reconocer una imagen heredada como propia. Directo al olfato, pero también a la piel.
Herencias fuertes. Gracias, Judithy!