Vale la esperanza y el tedio
si la tormenta no trae un agua
que huya por los pedales.
Vale también la pasión de la nodriza
si deshace la ruta del juglar
mientras el artífice acomoda sus brazos
frente a secretos
que nunca serán grises.
Tiembla cuando el pájaro
despierta de su muerte.
Alberga un ratón
jugando con las notas
y es la serpiente entre las cuerdas,
es el salto del lince
y a veces
la mirada del ahogado
o la fiebre de la virgen
o la caricia de un efebo
y a veces
el llanto del que sabe
que el marino ya no vuelve.
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Lo que no se ve
Pasan sin cesar,
unas con la rapidez de la alegría,
otras con la pesada lentitud
del tedio o la tristeza.
Siempre iguales,
con la misma cantidad
de pasos, latidos y suspiros.
Pero yo
dejo de ser quien soy cada segundo.
Mis ojos miran el reloj
y son otros cada vez que lo vigilan.
Minuto a minuto
ellas pasan
iguales a sus sombras,
impasibles, frías,
sin temor al infinito,
a lo eterno, a lo incontable.
Soldados del tiempo
son el ahora muerto.