El mar navega bajo la barcaza,
acaricia su vientre temeroso
y reclama su parte del botín:
los trozos de esperanza,
el polvo de los sueños.

Los navegantes esperan inquietos
una señal que les oculte el mar.
Pero no hay costa y el final del viaje
está en el cuerpo hinchado,
en los cuencos vacíos.

Los agoreros no han dado la talla.
El dolor se expone en su rito obsceno.
La náusea escarba en la herida del hambre.
Todavía hay un largo
invierno por sufrir.