Es posible

El ojo del hambre mira
por la ventana rota.
El zapato
dejó de estar en el niño
y sus pies vagan
por la comida muerta.
El viejo busca
entre restos
los años que le quitan cada día.

En las calles
miles de rostros esperan la limosna
hasta que una boca grita
y las miradas se encaminan a otras luces.
Y el grito se repite
y silencia a la sirena
que anunciaba la llegada
del orden y el respeto.

Ladrillo a ladrillo

Es una nube
ligera,
suave,
que a veces teje tormentas
en el rincón donde el día se evapora.

Un asiento
en el tren de los viajes imposibles
junto al muñeco
de la historia que no acaba.

Un portal dibujado al mediodía
por aromas a cazuelas,
a pan caliente,
y por juegos que se pierden en los años

Una línea
que camina despareja
entre lugares amados.

Un canto
que nos habló de proezas
y de libros que volaron.

Una esperanza
entre vacíos de espanto
y la sed que no se agota.

Un plato humeante
en la mesa extraña.

Y un dardo clavado en el anhelo.

Mi pueblo cambia
su ropa de entrecasa
cada vez que la noche
llega con su capa de marino
y una carta en sus manos temblorosas.

Destierro en la familia

Mis pasos ciegos
salen perplejos de la gruta.
Los relojes hace tiempo
que agotaron su rutina
y todo está igual a mañana,
a mi infancia,
a mi despertar.
Un pañuelo rojo,
una copla,
un tulipán.
El goce de un sí.
El goce de un no.
Andar descalza por la calle,
saludar a los fantasmas y a los niños,
bailar frente a un espejo
que me lanza en un vuelo con jilgeros,
tejer con el hilo de un trapito
el sueño de mujeres
que descubren vidas.
Romper silencios con letrillas
que el monstruo no comprende.
Pero el grito de mi padre
quiebra el cristal
y hoy no sé qué prometí.
Mi vida crece
en el hueco de la espera.
Sólo miro el horizonte
que dibujan los barrotes,
sueño con pañuelos,
estrofas, tulipanes…
me quito los zapatos,
fantaseo con la luz de los espejos
y espero que me traigan
las cuatro pastillas de colores.

Canta

Para Alba,
alegre esperanza

Las horas
que pintan tu alegría
crecen en recodos
donde las alondras
se embriagan de tanto volar.
Haces florecer las nubes grises
y tus pequeños labios
dibujan palabras audaces,
cálidas,
silbadoras.
Te ríes
con la sencillez del saltimbanqui
y amaneces
en cada juguete que descubres.
Cantas
y haces vida los sueños
como lanzando certezas
que enlentecen el tiempo
de los relojes vencidos.
Tu llanto de muñeca
inunda patios
que anduvieron piratas,
trenes y ositos con panteras.
Ahuyentas la tragedia,
perfumas el carbón,
inventas el decir justo
y cultivas la flor de las arenas
mientras tus pisadas
construyen la huella
de mañanas sin desiertos.

Dos poemas a mamá

El testigo

Ayer
la muerte visitó al testigo.
Con tres golpes de plumero
le recordó
que hace tiempo había partido.
Ayer
se acabó la vigilia estéril
y el fin dio comienzo al fin.
El testigo
no presenció su trance.
Hace tiempo había partido
y ciego,
no veía el sacrificio.
Ayer
murió el nacimiento,
el niño se hizo viejo,
calló el saber
y no pudimos atrapar la idea.

Lamentablemente

Sigo siendo,
como siempre me enseñaste,
un irredento ateo.
Hoy quisiera
renegar de ello
aunque más no fuera
por un solo instante.
Pero no puedo,
y mucho menos por conveniencia
y entonces
me despido de manera irremediable.
Y te digo
adiós,
no te veré más,
nunca más,
tú te has ido
y yo me quedo aquí
sin poderte preguntar
si Luis fue compañero de papá.

El estío

Cada vez que acaba
el estío se lleva mi niñez
y las horas muertas de la siesta
no roban más sandías
en el huerto del gallego.
Día a día más precoces,
las sombras de la noche
oscurecen los recuerdos.
Luego crezco y muero
para volver a nacer en primavera.
Cada vez que acaba
el estío se lleva mi niñez,
las memorias se diluyen
y esa voz que me hablaba desde adentro
me suena más distante y más opaca.
Quién llegará de la mano de aquel niño?
Será
alguna hoja de roble,
una mirada que se apaga en los cristales
o un voto de amor
que la riada de los años dejó intacto.