Mis pasos ciegos
salen perplejos de la gruta.
Los relojes hace tiempo
que agotaron su rutina
y todo está igual a mañana,
a mi infancia,
a mi despertar.
Un pañuelo rojo,
una copla,
un tulipán.
El goce de un sí.
El goce de un no.
Andar descalza por la calle,
saludar a los fantasmas y a los niños,
bailar frente a un espejo
que me lanza en un vuelo con jilgeros,
tejer con el hilo de un trapito
el sueño de mujeres
que descubren vidas.
Romper silencios con letrillas
que el monstruo no comprende.
Pero el grito de mi padre
quiebra el cristal
y hoy no sé qué prometí.
Mi vida crece
en el hueco de la espera.
Sólo miro el horizonte
que dibujan los barrotes,
sueño con pañuelos,
estrofas, tulipanes…
me quito los zapatos,
fantaseo con la luz de los espejos
y espero que me traigan
las cuatro pastillas de colores.
brutal, en todos los sentidos.
Lo escribí hace un par de años, a raiz de la noticia de la publicación de una novela, «La extraña desaparición de Esme Lennox» de Maggie O’Farrell.