A ese amor que no fue

Ni siquiera un beso,
una caricia.
Todo estaba contenido en las palabras,
sonrojado en los silencios,
anclado en las miradas.
Mis cartas de amor
fueron borradores y cenizas.
Y vi cómo pasabas hacia el tiempo
esperando el gesto que no llega
de un amante tonto, adolescente,
perdido en posibles que no encuentra,
perdido en añoranzas que no tuvo,
perdido en laberintos que se inventa.

Cúspide

Detrás de la seda
las señales y los guiños
avivan los deseos turbados.
La idea retoza entre los poros
al son del máximo momento
que se demora recorriendo el goce.

La yema apenas toca
algún pequeño monte,
una sola suavidad,
la demencia de algún hueco,
el fugitivo que no corre.

De un momento a otro
lo impensado estará sobre los pliegues
resbalando entre gotas,
adentrado en el camino
que descubre cada vez que lo transita.

La serpiente devora la crisálida
y la mariposa suspira
su último deseo.
El vuelo se ahoga en el viento
junto a la flor reciente
que estalla en peces de colores.

Mientras detrás de la seda
las señales y los guiños
abandonan la idea
cuando el máximo momento
entra al sueño del recuerdo.

Amor y versos

Ante los confines de un azul sin sobresaltos
recuerda su llegada al abra del amor.
Él era un poeta
sin caligrafías.
Decía sus versos breves
donde nacen las ventadas
y el aire los llevaba en sus barcazas.
Ella iba atrapando sus poemas
en cajitas de colores que abría por las noches
mientras sus besos deletreaban las palabras.
Se acercaba a sus rincones pero él
entraba año a año en un mundo diferente.
Y un día de bailes y canciones
se perdió del otro lado de una puerta.
Afuera el frío de su ausencia
la convirtió en fabricante de añoranzas.
Navegó hasta que el amor
la unió al barco compinche de sus viajes.
Ahora el áncora oxidada
la mantiene al resguardo de tormentas,
mira unos ojos cristalinos,
oye hablar de pasados ignorados
y piensa que daría cuatro flores
por cruzarse con él en una esquina
y volver a escuchar
los versos que el aire se llevaba.

Era

Era un acúmulo de pasos,
una hierba veraniega,
el beso en un portal oscuro,
un jabalí en la noche de las trufas,
un ansia de seguir viviendo,
un colibrí.

Era un exilio amortizado,
un futuro colmado de recuerdos,
el beso que amanece,
el amor que vive agonizando,
la maldición,
el barrio que se muda desolado.

Era un rincón sin paredes,
el agua en la pecera seca,
el beso en la pasión fugaz,
un terciopelo,
un seis con cinco en cuatro,
la colección de fotos.

Era la película de un niño,
un aura sin presagio,
algo trivial,
el ojo que mira la sospecha,
el inquietante rumor,
la magnolia sin fragancia.

Era el fulgor agazapado en la tiniebla,
una presencia,
el beso que renuncia a la caricia,
la grieta en el desvelo,
el rocío de la hora que despierta,
el silencio de la nieve.

Era tu arte
y tu sombra durmiendo entre las rocas,
tus besos jugando al escondite,
tu gesto en la distancia del ausente,
tu paz en la guerra del ocaso.
Eras vos cruzando la alameda.

La amante oscura

La amante oscura
teje sus sueños en la máquina de arder.
Su pasión es la espera
que abrasa los tiempos del reloj.
Acurrucada
en los cálidos rincones del silencio
piensa en el amor
como en un antiguo amigo
que de vez en cuando la visita
trasteando recuerdos y milagros.
La amante oscura
siempre ama a contraluz,
a contratiempo,
a contrapelo.

Placeres

Tus pechos se derraman
en vorágines de besos.
Son una memoria adolescente,
un torero en la plaza,
el fulgor.
En el postrer adagio de la locura
tus caderas acarician lugares imposibles.

Y luego,
en la sombra del instante
es tu boca la que habla
de pájaros sin jaula,
de flores volando entre lagunas,
de barcos que nos llevan por mares sin finales.

Pinturas cotidianas

Y una vez por mes
toman un café
en la misma mesa
del mismo bar.
Ella ya no es
la jovencita de ayer.
Y por supuesto que él tampoco
pero desde mucho antes.
Hablan sin prisas,
a veces llenan silencios con palabras,
a veces no los llenan.
Charlan de los huertos,
de pasiones recortadas,
de niños que nacen,
de días de sol en inviernos costeros.
Ella le cuenta un viaje
y él le dibuja el mapa de un bosque perdido.
Ella le canta una letra guardada
y él le promete un boceto secreto.
Y se miran disfrutando
los cálidos momentos.
Y luego, contentos,
pero con un dejo de pena,
se aciertan un beso en las mejillas,
se sonríen
y vuelve cada uno
a su vida feliz.