Y una vez por mes
toman un café
en la misma mesa
del mismo bar.
Ella ya no es
la jovencita de ayer.
Y por supuesto que él tampoco
pero desde mucho antes.
Hablan sin prisas,
a veces llenan silencios con palabras,
a veces no los llenan.
Charlan de los huertos,
de pasiones recortadas,
de niños que nacen,
de días de sol en inviernos costeros.
Ella le cuenta un viaje
y él le dibuja el mapa de un bosque perdido.
Ella le canta una letra guardada
y él le promete un boceto secreto.
Y se miran disfrutando
los cálidos momentos.
Y luego, contentos,
pero con un dejo de pena,
se aciertan un beso en las mejillas,
se sonríen
y vuelve cada uno
a su vida feliz.
Me gusta el ritmo apacible de tus versos que va conformándose con gestos de la vida cotidiana y que, a su vez, descubre ritmos no tan apacibles de esa vida no tan cotidiana.
Gracias por tu visita y tu comentario, Ester. Es así: ni tan apacible ni tan cotidiana, aunque nos gustaría que lo fuese. Eres tú la autora del Bolero? Me gustó mucho.
Un saludo.
Gabriel