Esperando al tren que nunca llega
surgen de pronto
con la cita del sábado a la noche,
la del pelo tieso,
calcetín azul,
mocasín lustrado,
pantalón de estreno
y esa mágica colonia
que triunfa sobre todos los temblores.
Vienen disfrazados de bondad,
encerrados en cajitas con palabras
y algún pétalo agotado
que vivió en la flor que no se dieron.
Caminan por las orillas mudas
de paseos que terminan contra el tiempo,
entre luces que se encienden y se apagan.
Cuentan y oyen historias de familia,
sublimes
o bobas
o distantes.
Y luego se van,
si es que llegaron,
en los brazos de memorias mentirosas,
en los grises de relojes que funcionan,
y en las manos de un tiempo con heridas.