Tiene el color de los callados fríos.
Baja por la cuesta de las horas
y nos espera, confiada,
en cada esquina.
Entonces
las sombras que tuvimos
se aplanan contra las hojas mudas;
el árbol gime porque espera en vano
que alguien sea su canción de cuna
y el ave huye hacia algún lugar vecino
donde la noche abrigue con su manto tibio.