La mujer y la muerte

Ojalá la muerte venga sola.
Con ese silencio
del que hablan los poemas.
Con la oscuridad
de una paz sin destellos.

Ayer
un cielo gris
inundó mis ojos
y borró la sonrisa.
Hoy me alejo del tiempo
que empañó mis días
y los sembró de aullidos,
de garras y tormentas,
de un cansancio antiguo,
de un dolor de vida,
de una herida que me habla del amor
que una vez creí tener.

Tinieblas

Como si la noche fuera la magia de un sonido

o la fórmula del olor del pan

o la saliva del ave que migra.

Como si la noche fuera

la pócima de las meigas

o el dilema de Casandra

o la caída en el eterno desorden.

Camina en la oscuridad

sin saber que la noche

sólo es una pequeña gota de rocío.

El sueño y el bosque

Sobre un manto de bocas sin grito
cae el árbol.
La oscuridad del vértigo
desnuda orquídeas
y el despertar se abrasa
en un fuego que no quema las siluetas.
Un niño huye y el anciano
ahoga su terror en la vigilia.

Poco a poco la luz
llevará la calma al latido

La muerte del poeta

La tarde cae desde la nube quieta.
Un cielo absurdo
llueve la calle desierta
y la oscuridad avanza
entre farolas ahogadas.

La noche y los cerezos persiguen una luna
que arriesga sus blancuras
apostando la inercia en las tertulias
donde el poeta muere en el verbo.

Y el verbo, atiborrado,
se sacude de sílabas y versos,
piensa en los juglares
y añora el orden de las letras en las filas.

Un olor de pájaros vagando
da nombre finalmente a la distancia.