Tango

Sonás a lo perdido,
al exilio y a la ausencia.
A lo que quise ser
y a lo poco que fui.
A una calle con empedrado y farol
que se fue con los tranvías.
Sonás a vos cuando alguien te silba,
a las lluvias de otoño,
a cospel,
a cinco guitas y a mis viejos.
A guardapolvos, a tinenti,
a rayuela, a tejo y a malvón.
Sonás a la distancia,
al tiempo,
al primer abrazo.

A la última pasión.

Olía a malvón

En todo caso olía a malvón
y no a geranio.
Porque era el recuerdo
de lombrices bajo piedras,
de sandías robadas,
de caballos que galopaban hormigas
y perros que cantaban
coplas de piratas ebrios.
Lejos, el geranio
saltaba entre balcones,
desnudaba toreros
y vivía la muerte de la soleá.
Mi infancia sembrada de malvones
aprendió tarde el amor de los geranios.

Barrio que anochece

A la tarde,
cuando el crepúsculo insinúa sus colores,
en las casas ya habita el dolor
que oculta la noche
en su garra de silencio.
El barrio olvida
el olor de los jazmines
y la pasión del caminante
muere en el lejano aire
que respiran los malvones.
Pese a todo habrá tiempo todavía
para el beso que selle la promesa.
La que nunca respetan los amantes.

Tu llegada

Sentado en una mesa sin fronteras
espero a que llegues con la bata descosida,
los zapatos con cordones malatados,
tus medias cortas,
tus cejas largas,
una pinza de ropa en la camisa,
en tu pelo una sortija,
un gorrión con el canto de un jilguero
empollando un galgo en tus palabras,
tu culto antiguo
de hablar bajito,
de bajar hablando,
de valsear silbidos,
de silbar bailando,
de morir prontito
y vivir volando.
Confío
en que dejes tres pasiones en la copa,
un dibujo,
un hilito de tu ropa,
la sonrisa en un espejo,
la bolita de pan sobre la mesa,
la cuchara zurda
y el malvón de aquel recuerdo en la ventana.