El lugar de las muertes lejanas

No quiero volver
al lugar de las muertes lejanas
donde la herida duerme
en el silencio que deja la memoria.
Donde no hay voz para entonar las letras
y las manos olvidaron las guitarras.
Donde llora el payaso
frente a los que fueron niños
y las piernas recuerdan
el caminar de la odalisca.
Es el lugar
en el que sólo el viento negro
acaricia las tristezas,
mueve los trapecios
y de noche susurra las ausencias.

Pesadilla

La bestia empuña la sombra solitaria,
huele la muerte del deseo
y deshace el largo camino de la babosa.
La voz espera el llanto del réquiem final.
La arruga clavada en el tiempo de la herida
rezuma el ácido cigarro,
la canción ingrata y el olvido.
Los pájaros bailan
sobre el cadáver tendido
en la escena infinita del desierto.
La música suena en el espanto
de las vírgenes que miran
el placer lejano.
De cada flor surge la náusea.
Arlequines, bufones, malignos
y soñadores de alboradas grises,
todos beben lo prohibido
entre el vómito y la risa.

Y la mañana no llega a romper
la ardiente tiniebla del soldado muerto.