Ante los confines de un azul sin sobresaltos
recuerda su llegada al abra del amor.
Él era un poeta
sin caligrafías.
Decía sus versos breves
donde nacen las ventadas
y el aire los llevaba en sus barcazas.
Ella iba atrapando sus poemas
en cajitas de colores que abría por las noches
mientras sus besos deletreaban las palabras.
Se acercaba a sus rincones pero él
entraba año a año en un mundo diferente.
Y un día de bailes y canciones
se perdió del otro lado de una puerta.
Afuera el frío de su ausencia
la convirtió en fabricante de añoranzas.
Navegó hasta que el amor
la unió al barco compinche de sus viajes.
Ahora el áncora oxidada
la mantiene al resguardo de tormentas,
mira unos ojos cristalinos,
oye hablar de pasados ignorados
y piensa que daría cuatro flores
por cruzarse con él en una esquina
y volver a escuchar
los versos que el aire se llevaba.
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Pinceladas
La calle es el cobijo
del tejo, la bolita y la rayuela.
En el potrero
la pelota.
Y la bici
transporta a los actores
a mundos insondables.
El niño mira
los mágicos objetos sin pasado.
El misterio se evanesce
si volvemos, ya de adultos,
para sólo comprobar
la mentira del recuerdo.
Ciudad
Aquel niño miraba tus recodos,
las grietas de tus calles, las maderas,
las sombras, las aristas, las severas
multitudes que cambian en sus modos.
Con fondos de adoquines y veredas
en las rúas balbuceaban tus tranvias,
esos trenes amputados, y esas vías
que alojaban petardos y monedas.
Ahora algo pasó. Cruzo senderos
sin hojas, sin otoños y sin huellas.
Intento recordar días enteros
y entonces tengo miedo que en aquellas
figuras de recuerdos callejeros
aquieten sus reflejos las estrellas.