Bandera

El prócer se dispone a mancillar la belleza de los colores inventando una bandera. También mancillará la inocencia del viento cuando la enarbole en esa plaza que cree suya. Mancillará la sangre que derramó el soldado cuando envuelva su cuerpo en ese trapo pintado. Y así, paso a paso irá construyendo el relato.

Los faustos

Cuando los faustos acabaron
tres veces me cagué
en el monumento a la bandera.
Subí por un caminito estrecho
entre las rosas mosquetas
y versos de jilgueros
hasta que vi aquel lago azul
con peces pintados
de siete colores distintos.
Luego eructé mientras cantaba el himno.
Y a continuación olvidé la letra.
Regalé a las lauchas el libro de historia
y les dije: “buenprovecho”
mientras devoraban mentiras.
Yo,
entretanto,
paseaba por capítulos
que nunca nadie quiso escribir.
Al héroe de la foto
que preside la oficina
del que fabrica el pasado
le pinté una excrecencia
en su frente despejada
y también un bigotito.
El prócer no sonríe,
por lo tanto
no pude pintarle el diente.
Embarqué en mi bote de playa
con un pato por mascarón
y me interné en los arroyos
afluentes del piolín que desemboca en los tres mares.
Cacé una estrella con mi gomera tuerta,
pinté el más lindo granito de arena,
silbé la mágica cadencia
y regresé al monumento a la bandera
donde, con un gesto natural,
voví a cagarme.
Y ya van cuatro.