La inquietud la sonroja
con mezcla de delito y desconcierto.
El temor por el devenir ignoto
puede más que la costumbre.
Siempre el mismo gesto
anuncia el imprevisible final.
A veces el peso la aplasta
y el aliento
apesta a sombras inquietantes.
A veces es ligero,
hermoso,
sin un dejo de tormenta
sino el cálido paseo
por aromas ignorados y excitantes.
Sentada, la silla mira
la llegada de la próxima visita.