Dicen que en medio de la calle
hay un pupitre.
Hubiera sido una hermosa imagen
si cuatro niños con la ropa seca
lo hubieran llevado allí
una mañana de sol
bajo la risueña mirada
de una maestra
con la ropa seca.
Dicen que hay también
un trencito de madera
y varias fotos en sus marcos
flotando en un charco.
No hay niños.
Tampoco está la maestra.
No hay padres.
Más allá
una nevera sin puerta
deja ver seis naranjas
y tres bistecs
que María no tuvo tiempo de preparar
mientras su ropa estaba seca
y esperaba la vuelta
de sus niños del colegio.
Sentado en el lodo
el padre de María mira sin ver
el imaginario punto del horizonte
donde el sol acarició mares
y arroyos en sus cauces.
El padre de María no recuerda
los días en que su ropa estaba seca.
Su memoria vaga
sumergida en un torrente.
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La llanura y la montaña
En la profundidad del pasado
la llanura cultiva la espera.
Desde la montaña
el desterrado disfruta
de la ciudad que besa
a un mar pequeño
salido de los mapas de la escuela.
Solo allí
el horizonte es un tal vez lejano.
Atrapados
Mientras tanto yo moría
en el nombre tatuado sobre un banco de la escuela,
en el durmiente cautivo de las vías,
en el alba, cuando el rocío dibujaba mis pestañas.
Mientras tanto yo moría
y mi pasión comenzaba a renacer en otra fiebre.
Tú tejías hilos
con lágrimas heladas
y atabas recuerdos de lavandas
cabalgando entre arenas y pinares.
Nadie supo del poema triste
ni de los colibríes
que hace años dejaron tus sombreros.
¿También tú hoy eres otra
o aún está aquel beso
esperando una señal tras el reflejo?