La anciana y el cortejo

Arrastra el luto y los pies
entre piedras que esconden
memorias esclavas.
Una ausencia tiñe
la mirada errante.
Susurra los nombres
al son de una antigua canción marinera.
Gasteiz, Grimau, Ruano,
Grimau, Ruano, Gasteiz,
Subiendo la cuesta traspasa el cortejo.
La cruz, el obispo,
los santos codazos,
el fervor gazmoño.
El lienzo que cubre la impudicia muerta
agita balas ciegas,
miembros rotos,
cráneos machacados.
Es una tela con hedor a olvido.
La voz susurra los nombres
que se alejan del muerto y la murga.
Gasteiz, Grimau, Ruano,
Grimau, Ruano, Gasteiz.

Cada vez más lejos
resuena la antigua canción marinera
y la anciana piensa que cuando amanezca
buscará la tumba del verdugo muerto
y sobre la losa escupirá tres veces.

La tía Fanny

A Fanny Edelman

Me hablaba de edificios,
calles que existían,
batallas
y señores que lucharon en batallas.
Me hablaba de reuniones,
de poetas que pelearon versos,
de heridos y de héroes mudos.
Y yo escuchaba
como el niño
que fui en mis recuerdos.

Ahora,
por mucho que la imagen de la charla,
el té humeante y su sonrisa
vuelvan sin descanso
a mis ritos cotidianos
otro hueco oscuro
se ha adueñado de mi centro.
Esta vez
es la voz de su relato la que falta.

La flor del lirio

a mis amigos de Junts

Llevaban una flor
de lirio dibujada en sus cuadernos.
Jugaron en la paz de la ladera,
a la sombra del olivo,
con el carro,
el muñeco roto,
los teléfonos de latas.
La infancia fue grabando
el sabor de los higos y las tunas,
el olor de los azhares,
la caricia de las mentas
en las tardes de verano.

Sin darse cuenta de los días
la vida creció,
se hizo amor en los silencios
y siguieron jugando a ser ingenuos
sin pensar en la pasión de la demora.
Y siempre el lirio en flor.

Ahora
los separan
la bala y el espino
y una línea que hiere los parajes.
Ahora
el dolor lacera los recuerdos,
y piensan en destierros,
en la paz de la ladera,
en los higos, en las mentas
y en el lirio
que se seca en los cuadernos.
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Desasosiego

Vacío.
Aún oscuro
el frío comienza su diario triunfo.
Aullidos.
El hilo de agua busca perderse en la piedra gélida.
No hay quietud.
La paz pasa de largo
oculta en la bruma crispada.
La sombra busca la montaña
para subir al bosque.
Barro.
Caminos salpicados por las ruedas
de viejos carros ya hundidos.
Grillos muertos. Lagartijas secas que ríen.
Vuela un pájaro.
Llueve.
Y sigue lloviendo y la paz no llega.
Troncos podridos de las que fueron encinas.
Pinares rojos.
Mantos de ceniza.
Soledad en la mañana lóbrega.
El viento silba una despedida.
El pájaro enmudece y cae.
Alguien canta una canción lejana
pero el grito surge
y encubre la voz que al final calla.
Sapos muertos.
Alacranes que acechan.
No hay nada que acabe con esto.
Sólo la vida.
El pequeño sendero se arrastra en la montaña.
Un cuaderno de escuela
aguarda con óxido en los goznes.
El tambor sin parche oculta soldados de plomo fusilados.
El viejo chelista manco fuma en la puerta del estuche
y combate recordando nota a nota la suite.
El pequeño sendero viaja.
Un labriego muerto sonríe
y la mujer de negro lava la camisa ensangrentada.
Pero ésta no es la hora de la sangre.
Es la hora de la paz que no llega.
El niño avanza en la bicicleta rota.
El ojo del hambre mira desde su cara triste.
No hay fusil, no hay bala.
La guerra ha terminado y la paz no está.
No hay hilo de agua.
No hay siesta.
El día murió al alba.
El pequeño sendero entra al yermo oculto en el bosque.
El páramo es un azarbe exhausto.