El barco llega al zaguán
de la puerta cancel cerrada.
La vereda acoge
tres valijas de ayeres
y la engañosa entereza
que nos prestan los objetos.
Luego anuncia, arrogante,
que se lleva en su bodega
un pedazo de retorno.
Los ojos del exiliado
miran con tristeza de abandono.
La ciudad vacía
pone en marcha su reloj.